Según dice el artículo 1° de
la Ley n° 26.586, Programa Nacional de Educación y Prevención sobre las
Adicciones y el Consumo Indebido de Drogas, “toda
persona tiene derecho a formarse para tener una vida digna vivida en libertad y
es en la familia y en el ámbito educativo que se deben promover los valores,
actitudes y hábitos de vida que permitan desarrollar una verdadera educación
para la salud y la vida”.
Con la Ley n° 26.934, Plan Integral
para el Abordaje de los Consumos Problemáticos, se amplía el marco y, según se expresa en su artículo 2°, “se entiende por consumos problemáticos
aquellos consumos que —mediando o sin mediar sustancia alguna— afectan
negativamente, en forma crónica, la salud física o psíquica del sujeto, y/o las
relaciones sociales. Los consumos problemáticos pueden manifestarse como
adicciones o abusos al alcohol, tabaco, drogas psicotrópicas —legales o
ilegales— o producidos por ciertas conductas compulsivas de los sujetos hacia
el juego, las nuevas tecnologías, la alimentación, las compras o cualquier otro
consumo que sea diagnosticado compulsivo por un profesional de la salud”.
La temática del consumo está claramente atravesada por un componente ideológico. Por eso se suelen manifestar diferentes ideas y representaciones sobre la cuestión, muchas veces influidas por prejuicios y estereotipos, generados también fuertemente desde los medios masivos de comunicación, que distorsionan la mirada y, en consecuencia, el modo de abordarlos. El consumo problemático, entendido como la afectación de al menos un área vital de la persona como puede ser su trabajo, su vida social, su pareja, la escuela, la familia, sus amigos o su relación con la comunidad en general, se presenta como un fenómeno multicausal y pluridimensional, tanto en su conformación como en sus manifestaciones. Este entramado obliga a hacer lecturas complejas y pensar la prevención desde estrategias de abordajes integrales, creativos y particulares a cada situación.
Uno de los grandes cambios, que se está
militando aunque todavía falte mucho, sería poder modificar el enfoque, el
paradigma, y dejar de pensar al consumidor de estupefacientes como un
delincuente para poder encarar el tema desde el lado de las políticas de salud,
de educación, y las políticas sociales en general. Hablamos de consumidor, ya
que hay claras diferencias entre uso, abuso y dependencia, y es algo que no
podemos desconocer.
Nuestro país, en los últimos años, había iniciado este cambio
desde varios ámbitos. En el Ministerio de Educación se pudo apreciar, en
concreto, con Programas y Cursos. Y la SEDRONAR, bajo la dirección de
Juan Carlos Molina, dio muestras de sobra. Podíamos leer en su página web: “Frente al consumo
problemático de drogas es tarea de esta Secretaría reconstruir el entramado
social a partir de la consideración del adicto como un sujeto activo de
derecho, con capacidad de crecer, soñar y proyectar. Entendemos que es
necesario no criminalizar al consumidor sino promover espacios de integración
que le ofrezcan otras opciones de vida y la posibilidad de ser incluido
socialmente. En este sentido, observamos la cultura, el trabajo y el deporte
como articuladores que permiten construir sentido de pertenencia y fomentar la
inclusión".
La temática del consumo está claramente atravesada por un componente ideológico. Por eso se suelen manifestar diferentes ideas y representaciones sobre la cuestión, muchas veces influidas por prejuicios y estereotipos, generados también fuertemente desde los medios masivos de comunicación, que distorsionan la mirada y, en consecuencia, el modo de abordarlos. El consumo problemático, entendido como la afectación de al menos un área vital de la persona como puede ser su trabajo, su vida social, su pareja, la escuela, la familia, sus amigos o su relación con la comunidad en general, se presenta como un fenómeno multicausal y pluridimensional, tanto en su conformación como en sus manifestaciones. Este entramado obliga a hacer lecturas complejas y pensar la prevención desde estrategias de abordajes integrales, creativos y particulares a cada situación.
Se hace
imprescindible “abordar esta problemática
desde un marco de complejidad es decir asumiendo la cultura del consumo como
parte la cultura social; tomando en cuenta los contextos micro y macro sociales
como marco de relación de las personas con los objetos de consumo”.
Desde la perspectiva de Salud Social, la prevención de las problemáticas
asociadas al consumo es abordada como reconstrucción del lazo social,
restitución de derechos y fortalecimiento de proyectos de vida desde abordajes
comunitarios.
Si consideramos como uno de nuestros puntos de partida, y gran desafío, la experiencia de la exclusión
social y educativa, resulta fundamental entonces crear condiciones y
oportunidades para la inclusión, para la concreción de propuestas liberadoras,
para el desarrollo de la motivación para el cambio y para facilitar, apoyar,
acompañar la construcción de nuevos proyectos de vida. Necesitamos “construir colectivamente estrategias para la
prevención de las adicciones en el ámbito educativo desde un enfoque integral y
una perspectiva de derechos, a través de contenidos conceptuales y herramientas
metodológicas”.
Los que
transitamos las aulas de nuestras escuelas sabemos que los pibes y las pibas se
encuentran en situaciones de consumo problemático de todo tipo. Conocemos la
previa antes de ir a los boliches, pero también sabemos de previas antes de
ingresar a la escuela. Sabemos de las fiestas electrónicas y las fiestas en las casas. Consumen celulares, tecnología, pero también alcohol y
marihuana (entre otras sustancias). Juegan, o creen jugar, mezclando todo tipo de pastillas con otras
sustancias. Muchas veces se encuentran aburridos, aplastados por el tedio, sin
mirar hacia adelante, “medio depre”, bajoneados, con escepticismo hacia el
futuro, con ganas de hacer nada…
Sabemos que
muy posiblemente esta descripción no represente a la mayoría. Pero también
somos conscientes que es un problema en aumento. Por eso es fundamental que las
escuelas se conviertan en espacios significativos para concretar una de las
dimensiones fundamentales de la inclusión social y educativa real de pibes y
pibas que se encuentran en situación de vulnerabilidad social y/o consumo
problemático: su valoración y ejercicio como sujetos activos de derecho, con
capacidad de crecer, soñar y proyectar.
Las
instituciones educativas deben desarrollan actividades orientadas a la
construcción de confianza del pibe y la piba en sí mismo, articulando
estrategias con el fin de que se crea capaz de hacer su propio camino, de que
emerja el deseo de aprender y poner en práctica lo aprendido, posibilitando la
expresión, el intercambio, el compartir, la reflexión sobre sí mismo, el
pensamiento crítico y la mejora de la autoestima.
El clima debe
ser de un ambiente amigable, donde se viva una cultura del cuidado, de escucha
y pertenencia, donde se generan vínculos significativos y se hacen visibles las
capacidades y fortalezas de cada pibe y piba desde una mirada profundamente
humana. Deben ser espacios inclusivos social y pedagógicamente.
En las
escuelas debe trabajarse a partir del protagonismo de pibes y pibas en la tarea
de aprender, teniendo en cuenta sus necesidades, gustos, intereses,
motivaciones y fortalezas, promoviendo una educación desde y para la vida. Las
concebimos como lugares donde se ponen en juego, se construyen y se incorporan
saberes significativos y relevantes, favoreciendo el aprendizaje situado, en
contexto.
Se busca
impulsar una educación personalizada y
personalizante. Es un trabajo artesanal, cuidado, que requiere tiempo,
paciencia, esperas activas, vínculos, ser cercano, presente, prestando especial
atención a la singularidad de cada uno.
Todo esto lo
pensamos desde la pedagogía de la presencia, que implica
un gran compromiso de toda la comunidad que lleva adelante la tarea educativa
con la vida de pibes y pibas. Por medio de esta mirada que encarne el derecho a
la ternura como también su valor pedagógico,
se potencia la construcción de vínculos de confianza y afecto a partir de
los cuales pibes y pibas puedan, no solo sentirse y asumirse como parte de cada
espacio, sino también comenzar a comprender y cuestionar su realidad
personal, familiar, escolar, social y comunitaria.
También
consideramos fundamental llevar adelante una pedagogía del territorio Cuando hacemos referencia al territorio no lo
reducimos a una porción de tierra o un espacio solamente; nos referimos a los
distintos territorios, entornos y círculos que rodean la vida de las pibas y
los pibes. Implica salir al encuentro, a las periferias existenciales,
“estar ahí” de un modo concreto, coherente y continuo. El
territorio es el otro. Hay que conocer y meterse en los territorios de los
pibes y las pibas, saliendo de nuestros espacios, dejando de lado comodidades,
poniendo el cuerpo y buscando encontrarse con todo lo que rodea a los rostros,
entornos, historias y deseos de los pibes y pibas que tenemos en nuestras
escuelas.
Por último,
creemos en una pedagogía de la esperanza. El
soñar, el proyectar, son indispensables para el educador y para el educando.
Hay que creer y confiar que es posible, que se puede, sabiendo que cada pibe es
un sujeto activo de derecho, con capacidad de crecer, soñar y proyectar.
Y como insumo, comparto algunos enlaces:
Lineamientos Curriculares
Programa Nacional de Educación y Prevención sobre las Adicciones y el Consumo Indebido de Drogas